La leyenda cuenta que cuando Dios repartía el mundo entre los pueblos, los únicos ausentes fueron los búlgaros, porque seguían trabajando en el campo. Dios se acordó de ellos cuando ya no le quedaba nada de tierra por repartir y para premiar su laboriosidad les obsequió un pedazo del Paraíso - ese cuerno de la abundancia en el centro de los Balcanes, que desde aquel entonces lleva el nombre de Bulgaria.